La poesía que no se entiende

A principios de este mes fallecía John Ashbery, quien es considerado uno de los poetas norteamericanos más importantes de los últimos tiempos, dejando huella además por su forma genuina de abordar el lenguaje poético.

«La principal preocupación del poeta es dar vida a la obra de arte de tal manera que resulte imposible intentar explicarla”. John Ashbery, 1972.

Según decía, comenzaba sus versos desde un plano puramente sensorial que desembarcaba en lo emocional. Si había de llegar la comprensión sería con posterioridad a la composición. Esta forma de abstracción en poesía dio lugar a poemas como éste:

Un humor de tranquila belleza

La luz de la tarde era como miel entre los árboles
cuando me dejaste y caminaste hasta el final de la calle
donde terminaba abruptamente el crepúsculo.
El puente levadizo, similar a un pastel de boda, descendió
hasta la tímida flor del nomeolvides.
Tú subiste a bordo.
Ardientes horizontes pavimentados de pronto con piedras de oro,
sueños que tuve, incluyendo el suicidio,
soplan el globo de aire caliente y lo alejan.
Está reventando, está a punto de reventar
con algo invisible
justo durante estos días.
Nosotros escuchamos, y a veces oímos,
algo que se acerca

y hacemos que la sangre descienda, y cosas así.
Los museos se tornaron entonces generosos, y vivieron en nuestro aliento.

Más allá de la inteligibilidad de los versos de Ashbery existe un cierto debate sobre la poesía que comunmente se define como «difícil». Seguramente ese grado de dificultad esté relacionado con la capacidad de percepción, en la habilidad y el entrenamiento para leer poesía, igual que se requiere habilidad, costumbre y amplitud de sensibilidad para mirar cualquier forma artística que escape a la figuración pura. Andreu Jaume lo describe muy bien citando a Elliot en su artículo para El País: «Elogio de la poesía que no se entiende» y del que he tomado parcialmente el título de esta entrada.

«Toda gran poesía comunica antes de ser entendida». Pero no se refería tan sólo a la poesía que comúnmente se define como difícil, sino también a muchos poemas aparentemente sencillos que en la vida de uno tardan mucho tiempo en desplegar todo su sentido.

Efectivamente, de eso va la poesía de comunicar con el lenguaje más allá del sentido, pero en eso también hay un riesgo de sacralización, de enrocamiento en la equiparación de que «poesía culta» es igual a «poesía difícil». Un verso críptico no es mejor  que otro que pueda utilizar una secuencia lógica o usual del lenguaje por el mero hecho de utilizar un lenguaje complejo. La experiencia del lector puede puede ser tan enriquecedora en un caso como en otro. Creo sinceramente que lo importante de la poesía es que no sea artificial en el sentido de que tiene que surgir con el lenguaje con el que el poeta la siente, es decir, sin buscar complicaciones innecesarias que buscan el guiño del crítico y la autocomplacencia. Si Ashbery sentía así la poesía y lograba plasmarla de forma que transmitiera de esa forma magistral, fantástico. Pero creo que corren demasiados aspirantes a Ashbery impostando versos.

El poeta Manuel Vilas hace referencia a esto mismo hablando del caso de la poesía española en un artículo que también publicó El País, en este caso, hablando de la «poesía juvenil» que triunfa ahora.

Desde la muerte de poetas como Rafael Alberti, Jaime Gil de Biedma o Ángel González, la poesía no tiene protagonismo mediático. Los poetas cultos bajaron las persianas de su pequeño negocio y le dijeron adiós a todo. Le echaron la culpa al mundo. ¿Para quién escribir entonces? Imagino que para Dios. Luis García Montero, con razón, lleva años reclamando un espacio civil para la poesía, para sacarla del espacio eclesiástico en donde está recluida.

No deja de ser una cuestión de magnetismo con el lector. Que éste encuentre el polo de atracción hacia lo escrito. Y ese polo puede ser la extensión de posibilidades comunicativas del lenguaje por aproximación de palabras, de sonidos (algo muy difícil de apreciar en una poesía traducida, por cierto) que propone Ashbery, pero puede ser también la imagen sencilla descrita con un lenguaje conciso. Hay una labor eternamente pendiente sobre la educación artística en los planes de estudio. El entrenamiento de la sensibilidad importa más bien poco en el pragmatismo social que nos rodea y, evidentemente, el poeta no puede escribir pensando en gustar. Tiene que escribir con su mirada genuina hacia el lenguaje, como lo haría quien pinta o quien fotografía hacia su materia sensible, pero obviar totalmente al lector puede dar lugar a la poesía escrita para nadie, o para sí y el aplauso del crítico, para Dios, como dice Vilas. Poesía triste al final no porque no se entiende, sino porque no se siente.

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