No hay urgencia, el bosque
va creciendo en maravillosas
geometrías concéntricas
a su albedrío
y podemos saber la edad
de nuestra deriva por los cercos
lunares, como los árboles.
Sabernos lo fértil y lo seco
por la amplitud de la mancha
que envuelve
el hueco primero.
No hay urgencia, el devenir
va contándonos una historia
en la que parecemos
existir conformes
a un domicilio particular,
a una memoria, a estas palabras
desnudas tendidas en un diván
tratando sus deseos
irreprimibles, conscientes
de que alguien contará hasta tres y ya
será como si nada de esto nunca
hubiera sido o hubiera
sido tan lejos
que nos sea indiferente
el ruido —si lo hay,
si lo hubo—
de todo aquello al caer.
No hay urgencia…

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