No sé si construir memoria en lugares que no conozco es traicionar al futuro o al pasado. O sólo poner lugar a las sensaciones. Ralentizar su camino hacia el olvido. El olvido se parece a un invierno nórdico donde siempre se puede empezar de nuevo. Sentir desde el frío, desde la nada, desde la insignificancia y avanzar con los cuatro aperos que valen la pena en la vida. Tal vez por eso, cuando hace ya unos cuantos meses, Pilar Pareja me prestó una estación de Madrid, la trasladé a las profundidades de Estocolmo para ver si le crecían palabras. Uno de esos textos a los que le ronda siempre el corrector y la pulidora y hoy -quién sabe si mañana- has dado por definitivo.
Si vieras cómo me orillo un poco
en este abismo diario en que todo
parece existir sólo a medias.
Podría ser un sueño
a cobijo o una forma
de habitar un hogar
al que no se le debe nada
más que esta presunción de mundo
que me acoge
entre el frío y las palabras. Si vieras
cómo las escribo
en tantos intervalos de trenes
sobre el bloc de notas digital.
Dos pulgares
me bastan ahí tantas veces
para acariciarte.
Si me vieras descendiendo
en esta caverna de los días
a treinta y tres metros del aire,
lo he contado y son
casi veinte cuerpos medios
de profundidad y ninguno el tuyo.
Lo he contado y es
no esperarte, escribirte
desde el arco bajo de mi sonrisa.
Saberme fondo entre los espacios
que no pueden definir los adjetivos,
un hueco grande para no darme
ni darte forma, imprecisos,
aprendernos en la desmemoria.
Si vieras
ese pequeño milagro de luz
sobre mi espalda, cada día,
asintiendo a lo que escribo. Es fácil
imaginarlo, acostumbrarse a eso,
a un breve exilio interior
aquí abajo donde existes y no
o sólo si quiero y el tiempo
hasta el próximo tren
es sólo mío.
(Västra skogen, abril de 2021)
Veinte cuerpos de profundidad son muchos cuerpos… Pero tú te las apañas para acortar distancias al corazón, David. Me viene a la cabeza «A thousand kisses deep». Un abrazo
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